lunes, 21 de marzo de 2011

EL RITO


Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus, propter tuam largitatem et Filii tui, qui pro me sustinuit passionem et is vîdî, peligrum de mortem, et Matris eius excellentissimam mierder sanctitatem, atque omnium Sanctorum merita, concede mihi peccatori, et omni tuo pelicularum infumablem beneficio indigno, ut te solum diligam, tuum amorem semper sitiam, beneficium passionis turre continuo in corde habeam, meam miseriam recognoscam, et ab omnibus conculcari et contemni cupiam; nihil me contristet nisi culpa. Amen.

¿Has sido capaz de leerlo entero?, ¿sí?, ¿en serio?. Vaya!!! Entonces puede que estés preparado para soportar esta más que desafortunada película.

De entrada, (y creo que como todos), el respetable Sir Anthony Hopkins es probablemente el único atractivo de la última (y aburrida) cinta del poco convincente Mikael Hafström.
(Sin control, 1408).
Y es que El Rito es de lo peor que he visto ultimamente en el cine. Con mucha diferencia.
De esto tiene parte de culpa el ya recurrente tema de los exorcismos, que no es que huela, es que apesta. Y más aún si te atreves a "innovar" metiendo en el mismo cesto de los efectos cinematográficos, una manzana podrida en forma de recurrentes y desvergonzadas artimañanas de pelicula barata del género de terror, tales como los traicioneros sustos al subir el volumen de un violín, voces de ronquera matutina y hombres/mujeres escupiendo clavos del 18.

La película narra la historia de Michael Kovak (Colin O'Donoghue), un joven seminarista norteamericano que ha perdido la fe y que decide asistir a
un curso acelerado (al más puro estilo CCC) de exorcismos en el Vaticano, donde se negará a creer en las evidencias demoníacas, dejando entrever que el único mulo con conjuntivitis no es el diablo si no él mismo. En Roma conocerá al Padre Lucas (Hopkins), un díscolo sacerdote que le mostrará el reverso tenebroso de la Fe (Más tarde, en el único momento de acción de la película, le enseñará ese mismo reverso tenebroso, pero esta vez de su mano, a una niña desorientada).
Atropellada, con diálogos forzados, y con un tufillo a propaganda cristiana que tira para atrás, va avanzando hasta que aparece la chica, una muy sosa Alice Braga (esta cuñita la he introducido en honor a su apellido, que me ha gustado) , conversaciones a distancia vía Yoigo con el demonio y aberraciones de diversas índoles.

Poco más se puede añadir de una película cargada hasta los topes de burdos clichés, con una desaprovechada fotografía de la bella Roma, unos personajes poco definidos que se tambalea (como la Fe de su personaje, y la de todos nosotros ante el cine de terror) a medida que el film avanza, y un desarrollo/final tan previsible como lamentable. En definitiva un soporífero cóctel donde lo único que resulta creíble, de las casi dos horas de metraje, son los temblores en la mano derecha del Padre Lucas cuando es poseído por el diábolo (no los de jugar) de nombre Vaal (Gal).
Pero créanme cuando les digo que estos tembleques vienen siendo habituales a estas edades. Sé de lo que hablo, el que era mi profesor de Diseño de Máquinas también los tenía.


Arkaitz.




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