He de decir, que llegué con veinte minutos de margen, por aquello de desconocer el lugar y las vagas referencias al respecto que me habían dado, y nada, que no había manera de encontrar aquello. Pasaban los minutos y se acercaba la hora de la proyección y seguía sin encontrar el puñetero cineclub (destacar que estas proyecciones se efectúan de forma única y con una periodicidad semanal o bisemanal). Mi desesperación iba en aumento, y estaba empezando a perder la paciencia cuando definitivamente un quiosquero de la zona me hizo saber que el salón donde se proyectan las película, el salón El Carmen de la plaza de Indautxu, en realidad se encuentra en la parte trasera de la iglesia, es decir, ¡dentro de la propia casa del Señor!

Todo esto no hacía nada más que confirmar mis sospechas iniciales. Los cineclubs son una especie en vías de extinción, como una secta. Y reconozco que al entrar al recinto no sabía muy bien si comprar la entrada o empezar a predicar la palabra de Dios, pero nada más lejos.
Justo a la entrada del salón había colocada una pequeña mesa con dos amables señores sentados, que parecían un tanto sorprendidos al ver una cara nueva (y joven) por allí, así que tras pagar sólo 3 euros (gracias al carnet de estudiante) y recibir un cálido “esperamos volver a verte pronto”, entré a la sala. Al entrar, comprobé que había más gente de la que esperaba, y que las butacas, aunque plegables, eran bastante cómodas. Ahora bien, la media de edad de los asistentes era de 50 tacos para arriba, lo que me trajo a la cabeza dos cosas:
a) El cine, y la afición al mismo, se está muriendo.
b) Soy un tio raro, aunque al menos me encontraba entre mis semejantes.
Tras una breve introducción, al parecer habitual en este tipo de sesiones, el anfitrión de la ceremonia nos presentó a Enrique García, un director de cortometrajes que después de la proyección de la peli de Anderson daría una pequeña charla, junto a su compañero Rubén Salazar, a todos aquellos que gustosamente decidieran quedarse. A continuación, proyectaron sus galardonados cortos de animación, Perpetuum mobile y Daisy Cutter, que dejaron un buen sabor de boca entre los asistentes, así como una sonora ovación, especialmente con este último.

Y sin más preámbulos se dio paso al plato fuerte de la velada, Fantastic Mr. Fox, el primer film de animación del director natural de Houston, Wes Anderson (para aquellos que no le conozcan) señalar que se trata de un cineasta único y con un tierno e inconfundible sello personal.
Reseñar que la cinta fue nominada a dos premios Oscar en la edición del 2009, en las categorías de mejor Película de animación y mejor Banda Sonora, y que utiliza la clásica técnica de la animación de toma fija (stop-motion) para versionar así el best-seller infantil de la mano del afamado novelista danés Roald Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante).
En ella se narra la historia de un astuto zorro, Mr. Fox (voz original de George Clooney), que aparenta tener todo cuanto necesita para ser feliz, véase una hermosa y comprensiva esposa (Meryl Streep), su 'diferente' hijo Ash (Jason Schwartzman), amistades, un cómodo trabajo de periodista… En cambio, Mr. Fox tenía sueños de grandeza, quería ir más allá, quería ser ‘fantástico’. Así que decidido a cambiar su suerte, y como buen zorro que es, Mr. Fox trazó su plan maestro, en el que de noche, a hurtadillas, y acompañado de una cómica zarigüeya llamada Kylie, hurtarían a tres granjas cercanas, provocando así la ira de sus humanos propietarios, que terminarían por poner en peligro la existencia de toda la comunidad animal de la zona, hasta que estos decidieran unir sus fuerzas para hacer frente a los huraños y malhumorados granjeros.

Pero que todo esto no os lleve a equívoco, Fantastic Mr. Fox, no es una película para niños.
Es una película realizada por el niño que lleva dentro un adulto. Wes Anderson, un director sin paliativos, capaz de atrapar desde el principio en parte gracias a su particular perspectiva de la vida, envuelta en hilarantes intercambios verbales, con un uso de la comedia fundamentada en el absurdo y en los gags físicos, y una dinámica aparentemente desestructurada y superficial que sin embargo ocultan un complejo entendimiento del universo emocional.
El bueno de Wes (que por cierto, pone voz a la comadreja), se rodea siempre de buena compañía, y rara es la vez que sus inseparables Owen Wilson, Jason Schwartzman, Bill Murray, Angelica Houston, Adrien Brody, Luke Wilson o Willem Dafoe, no repiten con él en sus trabajos. Como raro es también que caiga en el recurso de la lágrima fácil, o en el del melodrama, o en el del chiste barato, sin embargo, siempre logra emocionar y hacerte sonreir al mismo tiempo.
Maestro de la ironía y del diálogo naif pero inteligente, Anderson proporciona sin excepción veloces films que inicialmente desconciertan por lo ridículo de su planteamiento, pero cuyo fondo existencial finalmente será dificil de borrar.
Estamos ante todo un genio con un talento inconfundible a la hora de la efectuar la selección musical acorde al ritmo de cada escena, a la altura de tipos tan particulares como Quentin Tarantino o Guy Ritchie.
Todos y cada uno de estos elogios no solo no son vanos, sino que además son perfectamente aplicables tanto a la maravilla visual que es Fantastic Mr. Fox, como a cualquiera de sus anteriores e imprescindibles títulos (Academia Rushmore, The Royal Tenembaums, Viaje a Daarjeling, The Life Aquatic…).
Es una película realizada por el niño que lleva dentro un adulto. Wes Anderson, un director sin paliativos, capaz de atrapar desde el principio en parte gracias a su particular perspectiva de la vida, envuelta en hilarantes intercambios verbales, con un uso de la comedia fundamentada en el absurdo y en los gags físicos, y una dinámica aparentemente desestructurada y superficial que sin embargo ocultan un complejo entendimiento del universo emocional.
El bueno de Wes (que por cierto, pone voz a la comadreja), se rodea siempre de buena compañía, y rara es la vez que sus inseparables Owen Wilson, Jason Schwartzman, Bill Murray, Angelica Houston, Adrien Brody, Luke Wilson o Willem Dafoe, no repiten con él en sus trabajos. Como raro es también que caiga en el recurso de la lágrima fácil, o en el del melodrama, o en el del chiste barato, sin embargo, siempre logra emocionar y hacerte sonreir al mismo tiempo.
Maestro de la ironía y del diálogo naif pero inteligente, Anderson proporciona sin excepción veloces films que inicialmente desconciertan por lo ridículo de su planteamiento, pero cuyo fondo existencial finalmente será dificil de borrar.
Estamos ante todo un genio con un talento inconfundible a la hora de la efectuar la selección musical acorde al ritmo de cada escena, a la altura de tipos tan particulares como Quentin Tarantino o Guy Ritchie.
Todos y cada uno de estos elogios no solo no son vanos, sino que además son perfectamente aplicables tanto a la maravilla visual que es Fantastic Mr. Fox, como a cualquiera de sus anteriores e imprescindibles títulos (Academia Rushmore, The Royal Tenembaums, Viaje a Daarjeling, The Life Aquatic…).
Para ir acabando, os diré que a nivel personal, interpreto la historia como un canto a la falta de libertad y el temor que todos tenemos a la propia asuencia de libertad en nuestras vidas. Mr. Fox tiene un fuego por dentro que le impulsan a ser salvaje y libre, y sus temores se deben a que es consciente de que su vida diaria, como padre zorro de familia, siempre le impedirán llegar a conocerse a si mismo en toda su complejidad, y poder alcanzar de una vez por todas aquello que realmente quiere ser. De ahí que el mensaje de la historia en la escena final tenga aún más valor si cabe, ya que es algo que a menudo olvidamos, pero que sin duda merece la pena ser recordado. ¿Qué cual es?, para eso tendrás que ver la película.

Y es que la ‘esencia’ Wes Anderson no es sólo una forma de hacer cine, es toda una forma de vida. No es algo que pueda comprarse, simplemente, es algo en lo que o crees, o en lo que no.
Porque al igual que todos nosotros, al igual que su personaje (ataviado a su semejanza por cierto), Wes siempre quiere ir más lejos en todo lo que hace, quiere ser ‘fantástico’.
Arkaitz.
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