jueves, 9 de diciembre de 2010

BIUTIFUL

Beautiful se escribe como suena.

No eran pocas las expectativas con las que fui a ver la nueva pelicula de Alejandro Gonzáles Iñárritu y no son pocas las sensaciones que en mi se despertaron tras su visionado.

Para empezar, y por si alguien no lo conoce ya, este director es el responsable de la trilogía del dolor (Amores perros, 21 gramos y Babel).
Lo cierto es que estas tres peliculas, aunque distintas, guardan numerosas semejanzas, pero sin duda la más importante es que el guionista que andaba detrás de todas ellas era el mismo. Guillermo Arriaga.

Guillermo y Alejandro han nacido para estar juntos (artísticamente hablando), pero tras una serie de "desavenencias" en el rodaje de Babel ambos decidieron emprender sus caminos por separado. El resto ya es historia.
Con Biutiful Iñárritu deja un tanto de lado las historias paralelas de personajes que se cruzan fruto del azar (especialidad de la casa del señor Arriaga) para centrarse en los últimos días de vida de Uxbal, magistralmente interpretado por Javier Bardem.

La fotografía y la música que acompaña al film son más que destacables.
Las imágenes y los acordes se funden con fluidez dejando más de una transición desgarradora pero a la vez agradable al gusto, como recordandonos que a pesar de la miseria, la podredumbre, la corrupción, la soledad, la inmigración, la dualidad, la enfermedad, los suburbios de una Barcelona que se asemeja más a Tijuana que a otra cosa y un largo etcétera, la vida siempre tiene un espacio reservado para lo biutiful.

Y ese es un poco el resumen de una película que sin desmerecer su visionado termina por hacerse un tanto lenta y pretenciosa.
Resulta que lo que a menudo sucede con las grandes historias que apuntan pero al final por alguna razón no disparan es que se acomodan en la autocomplacencia y pretenden abarcar demasiadas áreas sin lograr abordar ni siquiera una de ellas como es debido.

Pero, y para ser justos, reconozco que la película estremece, y la crudeza de sus feas y sucias imágenes genera un nudo en el estómago del que lleva tiempo desprenderse.
Puede que eso sea un motivo suficiente para merecer verla, o puede que no. A gusto del consumidor.
Además que Iñárritu tiene un estilo definido es innegable.
Es capaz de bombardearnos en todas sus cintas con sus ideas acerca de temas como la muerte, la redención humana y la fe.
Y siempre que veas una de sus peliculas ten por claro que de eso no te libra ni la misericordia. Valga la redundancia.

El problema es que a menudo se confunde el ser una persona profunda capaz de plasmar su sensibilidad en una historia con ser un puñetero pedante que abusa de lo que un día le hizo grande por el mero hecho de que si tuvo éxito una vez, ¿por qué no va tenerlo de nuevo?.
Y eso generalmente ocurre cuando el espectador cree estar viendo algo que ya le han contado, algo que ya conoce. Y lo que es peor. Tratado de manera superficial.
(NOTA MENTAL: Las gafas de pasta suelen ir apoyadas en las gafas de estas personas).

Ciertamente no se cómo cerrar esta crítica porque en realidad no se qué opinión me merece esta pelicula porque no termino de decantarme si lo que hacen tios como Iñarritu o Aronofsky es un don cinematográfico puro y unirme a la oleada indie que abraza el dolor como forma de vida, o si por contra adoptar la postura que adopto con los informativos de Pedro Piqueras.
Es decir, procurando no verlos.
Y es que retratar el dolor por el mero hecho de saber que funciona no merece ningún tipo de admiración.
Pero lo cierto es que en la vida las cosas no son blancas o negras.
Simplemente son grises. Sólo depende del enfoque que quieras darle, y es que tal y como he dicho antes todo, absolutamente todo, tiene su lado biutiful.
Unas veces en forma de imágenes imborrables y otras tantas en los hipnotizantes ojos de Sara Carbonero.

Arkaitz

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